La
concepción y percepción del tiempo no es igual para todos. En Grecia se
concebía el tiempo de forma cíclica, mientras que en el judaísmo se hacía de
forma lineal, marcada por el futuro. Igualmente ocurre con la medida del
tiempo: calendarios solares, lunares, división del día, las horas…En definitiva
no se puede hablar de un tiempo constante e históricamente regular sino que
cada cultura ha negociado el tiempo como mejor ha sabido. Igualmente ocurre con
los individuos, cada cual tiene su propio tiempo personal. En la Edad Media, la jornada se repartía en
vespertina y matutina y no se esperaban resultados inmediatos. Durante el Renacimiento se pone énfasis en el individuo, y se valora más la novedad, que cambia los
aspectos temporales de la vida. Será a partir del siglo XVII cuando el tiempo
se asocie a tareas productivas y comenzará a ser valioso económicamente. En la
nueva valoración del tiempo influye la ética calvinista y protestante. Europa
adoptará la “cultura del hacer” en detrimento de la “cultura del estar”. Se
considerará que el trabajo es lo que dignifica a la persona, porque con él se
colabora a construir una mejor sociedad. La Revolución industrial fija esta
idea y unifica la concepción del tiempo. Las fábricas con luz
eléctrica, permiten jornadas ininterrumpidas. El reloj estará presente como un
elemento más de organización y control del horario de los empleados. Así, el
tiempo de producción, se superpone al tiempo biológico humano ignorando los
ciclos vitales. Modificar estos ritmos es fuente de problemas de salud físicos y mentales, por eso debemos pensar en sus consecuencias y reflexionar si
preferimos vivir de otra manera.
El
consabido “no tengo tiempo” está en boca de casi todas las personas que llevan
un ritmo de vida estresado. El tiempo no se puede acumular como el dinero, el tiempo pasa. Pero... ¿Sabemos disfrutar el tiempo? ¿Cómo lo distribuimos y cuáles son nuestras prioridades? ¿Qué nos proporciona
calidad de vida? ¿El dinero o el tiempo? Mi concepto de calidad de
vida se basa en la satisfacción que proporcionan las personas de mi entorno,
para ello debo tener tiempo, para cuidar esos afectos. Con el dinero puedo
comprar productos que difícilmente pueden darme felicidad.
Por otro lado el tiempo que dedicamos a los afectos suele ser el de la mitad del día,
después del trabajo si se tiene un turno estable y si estamos empleados. El
cansancio acumulado y los problemas laborales repercutirán en nuestras
relaciones familiares y amistosas, luego no es un tiempo de calidad. Y para
nosotros mismos… ¿Tenemos tiempo?
¿Por
qué está organizada de esta manera la jornada diaria? No hace falta pensar
demasiado: lo que importa es el mercado, la competitividad, la
productividad. Y la felicidad ¿Para cuándo? El fin de semana, el
próximos puente o las vacaciones, en las que tendremos que hacer maletas, realizar largos recorridos y verlo absolutamente todo ¿Cuándo nos queda tiempo para
pensar o disfrutar de cosas sencillas? ¿Sabemos vivir el presente? Podemos vivir ese presente con otro ritmo de
vida más lento y ser conscientes de lo que somos y lo que sentimos y de lo que
nos rodea. El regalo será un bienestar personal y una relación de calidad con las personas de nuestro entorno.