La medida del tiempo se hacía imprescindible para ordenar
nuestro momentos vitales o dar cuenta del pasado y del presente. Hay que medir el tiempo para tener constancia de que está transcurriendo y de hecho se usaron diferentes medidas como:
-Medir del tiempo por hechos naturales: un cataclismo, un diluvio...
-Por constancia de cargos
políticos, manteniendo una lista de gobernantes o reyes como referencia.
-Por celebraciones religiosas.
-Por cosechas en el mundo rural, por el nacimiento de los
hijos…
-Por hechos históricos, comenzando el calendario a partir de
un hecho relevante: la victoria en una batalla o un nacimiento de alguien importante.
Pero ocurre que ante tanta diversidad de calendarios, era
imposible hacer coincidir en alguna fecha a todos las zonas del mundo Mediterráneo. Hasta que la dominación romana, permitió una medida del tiempo oficial en el territorio dominado, de
hecho nuestro calendario proviene de ellos con algunas variaciones posteriores cristianas.
Parapegma de Metón y Euctemón |
En el siglo V a.C. ya se conocía en Grecia que el ciclo
lunar dura más o menos 29 días y medio, y que la
tierra emplea aproximadamente 365 días y un cuarto en dar la vuelta alrededor
del sol. Incluso dividían ya el día y la noche en 12 horas cada uno, que
variaban según cuanto durara la luz. Se inventó un calendario para hacer
coincidir las fechas naturales con las sociales: el parapegma de Metón y Euctemón. Esto es una tableta de piedra
con clavijas móviles y una inscripción que indicaba la correspondencia entre el
ascenso de una estrella en particular y la fecha civil o incluso podía
descifrar pronósticos meteorológicos según la situación de las estrellas. Pero no se llegó a un acuerdo común hasta la llegada de los romanos.
Estos impusieron un calendario que atribuían a Numa, un rey latino. Este rey dividió el año en 355 días y 12 meses. Cada
mes se dividía en tres partes, según las tres fases de la luna: las Calendas
(el día 1 de cada mes), las Nonas (el día 5 o el 7, en los meses más largos) y
los Idus (el 13 o el 15). Pero los desajustes eran continuos así que Julio
César, como pontífice máximo, impuso la definitiva reforma del calendario
romano, que es el que seguimos hoy en el
mundo occidental.
El encargo fue para Sosígenes y se basa en el calendario solar egipcio que divide el año en 365 días haciendo
coincidir los meses con las estaciones. El 1 de Enero del año 45 a.C. se pone
en funcionamiento este sistema y cada cuatro años se insertaría un día en el
mes de febrero. Los meses serían de 30, 31 y 29 días los años bisiestos. Los
nombres son los que conocemos hoy día excepto Quintilis y Sextilis que pasaron
a llamarse julio y agosto en honor de Julio César y Octavio Augusto.
La siguiente reforma se produce en
1582 por el Papa Gregorio XIII. Este calendario gregoriano nació después de
saber que la traslación de la tierra alrededor del sol no coincide con una
cantidad exacta de días de rotación de la tierra alrededor de su eje.
El número de días del año se
estima desde entonces de manera más precisa no ya en 365 días y un cuarto, sino
en 365,2425, de manera que el desajuste a largo plazo es menor.
Para el mundo occidental la
medición del tiempo se situaría a partir de un acontecimiento significativo: el
nacimiento de Jesús propuesto por Dionisio el Exiguo, un monje escita. Su
propuesta no se generalizó hasta el siglo XVII y por supuesto uno de los
problemas era determinar la fecha del Nacimiento de Jesús. Una vez acordado se
establece la cronología actual.
¡Lo que descubre una atendiendo bien a tu blog!
ResponderEliminar¡Ojú, miarma!
Besitos.
Gracias Mari Carmen, ya verás como hablar del tiempo da mucho de sí. Besoss.
ResponderEliminar