El retrato hace alusión a un
modelo humano, en cuya imagen se siente su presencia. Un buen retrato pone de
manifiesto los rasgos personales del individuo, aunque no guarde parecido pero
debe evocarlo espiritualmente, permitiendo que se manifieste a través de la
obra y ante los ojos del espectador.
La imagen artística es un
documento, nos muestra cómo es la persona figurada, sus rasgos físicos. Dice
Sócrates que si se pudiera estar en permanente contacto con los seres queridos
no necesitaríamos retratos.
Desde sus orígenes hasta nuestros
días, la función del retrato oscila entre el documento icónico y la del ídolo
mágico. Unas veces ha servido para recrear las facciones de la persona y otras
para reemplazarla: las máximas autoridades civiles y religiosas estaban siempre
presentes mediante la imagen.
El arte del retrato ha
tenido que ver con el paso del tiempo, los seres humanos envejecen, pero sus imágenes
perduran casi eternamente, convirtiéndose en un testimonio fiel de su fisionomía y de su
alma. Sócrates corrobora que la imagen tiene más que ver con el alma del hombre
que con su aspecto físico.
Inicios del retrato
El primer retrato según datos arqueológicos,
apareció en las cavernas hace más de treinta mil años. Los mitos en torno al
retrato y el origen de la pintura refleja una asociación entre la vida y la
muerte.
“En el
imaginario antiguo la imagen está unida a la sombra, nace de la sombra. La
sombra resulta de la proyección del perfil de un modelo. Está siempre unida a
él. Lo sigue por todas partes. Solo desaparece-o mejor dicho los contornos se
diluyen- cuando las sombras de la noche lo invaden todo y hacen desaparecer,
preso en la obscuridad, al modelo…Perder la sombra es morir. La pierden los que
entran para siempre en el reino de las sombras.” [1]
Así mientras la sombra exista, se
mantiene vivo su recuerdo, por eso la sombra es el testimonio más veraz de la presencia
próxima de un modelo. Cuenta una leyenda cómo surgió la primera imagen de una
persona:
Una princesa de Corinto hija del
rey Boutades sabía que su amado partiría al día siguiente para la guerra,
entonces silueteó la sombra que una vela proyectaba en el muro del perfil
de su amigo y mandó que un artesano, a
partir de ese trazo, creara un molde para obtener tantas imágenes como fueran
necesarias para seguir estando junto a él. Los mitos dicen que a partir de ese
momento los retratos pintados se hacían de esta manera. Además de ser fiel al
perfil se trataba de tenerlo cerca e impedir que las sombras lo atraparan.
El retrato en escultura
El mundo interior pertenecía a la noche. Cuando acontecía la muerte algo salía del cuerpo, algo como un soplo que flotaba, esto es el alma o la psique, que si no encontraba el camino al Hades, flotaba por los espacios llegando a ser muy molesta. Entonces para que no vagara eternamente, se le proporcionaba un nuevo cuerpo imperecedero, tal era la función de las estatuas en la antigüedad cuyo material evocaba el frío mundo de los espectros.
Esta creencia tenía sus fundamentos, puesto que las estatuas eran el cobijo del alma, había que tomar precauciones para que no se pusiera a caminar e interviniera en la vida de la comunidad, por eso a menudo las estatuas eran encadenadas o rodeadas de cadenas, costumbre que aún se observa en muchos cementerios.
Sin embargo al esculpir
imágenes sagradas, depositarias de energías divinas, abocetaban siluetas esquemáticas
en troncos de madera. Es decir, las imágenes se realizaban para la
supervivencia del alma, pero no eran divinas, a diferencia de las estatuas de
los dioses que constituían un medio para que las divinidades, por su naturaleza
invisibles se mostraran ante los hombres cuando bajaban del Olimpo, penetrando
en sus estatuas para animarlas. Era el modo de comunicación entre los hombres y
el Olimpo. Las súplicas dirigidas a las estatuas eran canalizadas hacia la
divinidad que respondía por medio de la imagen.
En el siglo III a. C. las
estatuas de seres humanos comenzaron a ser adoradas. Praxíteles retrató a su
amante Phryne en forma de la diosa Venus de Cnide y que las propias diosas
incorpóreas bajaban para admirarla. Incluso Cicerón, tenía un altar presidido
por la estatua de su hijo muerto prematuramente, al que le rendía culto. Esta
situación alcanzó la cumbre cuando Adriano colocó estatuas de su amigo Antinoo
a la derecha del padre Júpiter.
Los bustos helenísticos reproducían
con naturalismo todos los rasgos humanos y las características físicas: ojeras,
arrugas, rictus, aparecía como espejo de las miserias humanas y recordaba que
los hombres eran marionetas en manos de la fortuna.
Sin embargo, mientras las estatuas
poseían el alma del hombre, las pinturas encerraban parte del propio cuerpo.
Platón decía que debía existir una estrecha relación entre el modelo y su
imagen en pintura o escultura. Una teoría que no se aparta de las creencias más
antiguas fundamentadas en una concepción mágica, según la cual los vínculos
entre una persona y su representación son tan estrechos que todo lo que pueda
afectar a la primera se transmite a la segunda al momento. Así la imagen en
este caso actúa como sustituta del modelo y se emplea cuando no se puede llegar
directamente a la persona.
Las imágenes son un medio para
vencer al tiempo, nos permiten darnos cuenta del valor de lo perdido. Para eso
tienen que ser capaces de ponernos en contacto con la persona cuya imagen ha
sido marcada en la materia.
Los requisitos para la creación
humana están en que tengamos una idea o imagen previa, con datos que aporten
medidas y posición de las partes, en correspondencia con los que posee en la
realidad. Este tipo de figuración está en el origen del retrato.
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