Te voy a hacer esta confidencia:
estoy asistiendo a las explicaciones de un filósofo y, por cierto, llevo ya
cinco días asistiendo a su escuela y oigo sus explicaciones desde la hora octava. Dirás: “¡A buena edad!”. ¿Por qué no es buena? ¿Es que hay algo más
estúpido que no aprender porque durante largo tiempo no has aprendido? ¿Qué voy
a hacer lo mismo que los jóvenes? Bien me va si esto es lo único que desentona
con mi edad. ¿Debo enrojecer por acudir junto a un filósofo?
Uno debe aprender mientras haya
algo que ignore; si hace caso al proverbio: mientras viva. Yo, con todo también
enseño allí algo. ¿Quieres saber qué enseño? Que incluso el viejo debe
aprender…
A nadie le ha venido el saber por azar. El dinero vendrá de
por sí, el honor te será ofrecido, la influencia y la dignidad quizás te la
impongan; pero la virtud no te vendrá sin más ni más. Y, por supuesto, el
conocimiento no se adquiere ni con escaso trabajo ni con pequeño esfuerzo, pero
resulta trabajar poco para quien va a dominar todos los bienes. En efecto, el
único bien es la honestidad…”El bien no existe sin la honestidad”.
La honestidad para Séneca consiste en tener un juicio
verdadero y estable que confiera claridad a nuestras ideas. Se adquiere a través de la reflexión y permitirá elaborar juicios que nos sean de ayuda en nuestro proyecto de vida, sin ser afectados por las modas, la opinión
de los demás ni las circunstancias adversas. Esta actitud nos permitirá ser nosotros
mismos y extraer lo mejor de cuanto nos suceda o nos rodee.
El texto en cursiva lo refiere Séneca en Epistolas a Lucilio (Epist, 76, 1-6). Se lo dedico a todas las personas que no pierden el entusiasmo por aprender y que
día tras día realizan un trabajo de superación personal cumpliendo con sus
obligaciones y dejando tiempo para su propia formación. No caigáis en el
abatimiento. Como dice Séneca, el aprendizaje es duro pero la dicha de conseguir
lo que se desea compensa enormemente.